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"RECUERDOS Y UN DESAYUNO. KRISTEN"
Imágenes: Elena
Es extraña la memoria, el por qué y cómo se nos quedan grabados a fuego en nuestra mente ciertos momentos de la vida, indelebles, para siempre, esos y no otros. Recuerdo nítidamente aquella noche. Recuerdo el calor, recuerdo que después lo hicimos en aquella fabulosa e inmaculada cama que pronto estuvo desecha e impregnada por los fluidos procedentes de la intensa actividad sexual que juntos desplegamos aquella noche. Rob fue especialmente apasionado y me hizo sentir un orgasmo detrás de otro. Y yo me abandoné a esa tierna e intensa pasión sin reservas, completa y extrañamente entregada.
Recuerdo que tras ese orgasmo en el suelo me llevó a la cama para volver a hacerme el amor, primero empleándose a fondo con su ávida lengua entre mis hinchados pliegues sonrosados, después acariciándome sin prisas hasta que estallé en un segundo y demoledor orgasmo, mientras él se tomaba el tiempo necesario para recuperarse y volver a penetrarme lentamente, con su cuerpo sobre el mío, cubriéndome, dándome su calor y su vigor. Recuerdo sus apasionadas palabras, su voz entrecortada.
- Eres tan… pequeña y tan suave, amor – susurraba cubriendo mi rostros de pequeños y tiernos besos.
Mi tercer orgasmo no tardó en llegar y acabó con el poco resuello que me quedaba. Cuando pude abrí los ojos para ver a Rob y contemplar la erótica imagen de su cuerpo sudoroso sobre mí, su boca entreabierta jadeante, la vena hinchada sobre su frente y el ardor de sus ojos muy abiertos, inmensos, fijos en los míos, hizo que mi deseo de él regresase con fuerza.
- Quiero… más… - imploré ansiosa y fatigada.
No obtuve respuesta tan solo un suspiro de deseo, una lujuriosa mirada azul y su hermosísima sonrisa curvada, sexy hasta el delito. El aún no había terminado. Recuerdo que me giró sobre la cama y así frente a frente continuamos amándonos despacio, con suaves caricias más que con fuertes envites.
Terminamos abrazados, yo acurrucada entre sus brazos, Rob acunando mi cuerpo a mi espalda mientras me llenaba de amor con sus leves caricias y su respiración entrecortada en mi nuca. Cerré los ojos sabiéndome a salvo, amada, adorada, abrumadoramente consciente de que le pertenecía, que nos pertenecíamos y pronto me dormí escuchando el ritmo ya suave de su cálido aliento sobre mi piel desnuda. Recuerdo el sonido del viento…
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Abrí los ojos. Estaba oscuro aun. Me revolví en la cama y la noté fría y vacía a mi lado. Todo mi cuerpo se puso en tensión y me incorporé sobresaltada sin saber muy bien por qué.
- ¿Rob? – llamé angustiada.
No obtuve respuesta y me asusté. Me levanté envuelta en la sábana y me dirigí al pasillo. Una vez fuera, ya en las escaleras, volví a llamarle pero mi voz temblorosa retumbó solitaria en aquella gran casa sumida en la penumbra. Era el momento más oscuro de la noche, ese que precede justo al amanecer y como en mi sueño, aquel que me perseguía desde hacía tiempo, estaba sola y muy angustiada. Pensé inmediatamente en ese grupo de asaltantes de casas de millonarios del que me había hablado Rob hacía unos días. ´´´Te estás volviendo tan paranoica como él´´, me dije intentando disipar el miedo.
- ¿Rob, dónde estás? – volví a llamar y mi voz me pareció aguda y extraña.
De pronto alguien encendió la luz, escuché unos ladridos y vi a Bear que entraba como una exhalación desde el jardín. La puerta estaba abierta y Rob me observaba desde la entrada, con unas bolsas de papel en la mano y cara divertida. Sus ojos me hicieron un repaso de arriba a abajo, deteniéndose en las partes de mi anatomía que la sábana había dejado al descubierto al ser arrastrada por las escaleras, concretamente un pecho y mi muslo hasta llegar a la cadera.
- ¿Estás bien preciosa? – sonrió.
- Sí, ¿dónde estabas? – pregunté respirando hondo.
- He ido al In-N-Out más cercano por algo de comida para Bear y a por nuestro desayuno. Hay uno justo aquí al lado, en la calle paralela – dijo entusiasmado.
Sonreí. A Rob le encantan las hamburguesas de esa cadena de restaurantes. Bajé los escasos escalones que me quedaban y llegué hasta él sonriendo aliviada.
- Me… me he asustado – dije bajando la cabeza avergonzada -. No sabía dónde estabas.
- Lo siento, amor pero es que dormías tan profundamente que no quise despertarte – dijo tomándome entre sus brazos para consolarme.
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