FIC GRANDES ESPERANZAS. Cap. 51 (Por Irina)

FIC GRANDES ESPERANZAS

**Capitulo 51**

Autora: Irene Mendoza

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Capítulo LI: ´´The look of love´´

-          Cásate con ella – dijo Jalissa.

´´Pocket´´ y yo nos miramos sonriendo, era tan obvio que ni se nos había ocurrido.

Era la solución perfecta. Automáticamente Frank sería conyugue de un ciudadano norteamericano y podría pedir para ella la residencia permanente. En cinco años ella sería automáticamente ciudadana estadounidense de pleno derecho de nuevo. Toda aquella broma pesada que el destino había ideado para nosotros sería agua pasada.

Jalissa nos vio reírnos, chocar la palma de la mano y puso los ojos en blanco a la vez que nos llamaba idiotas.

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Me reuní al día siguiente con Patricia Van der Veen en su casa de Nueva York, en el Upper East Side, situada muy cerca del apartamento del difunto padre de Frank. Me recibió en su gabinete, un salón que parecía estar comunicado con su alcoba y que hacía las veces de sala de lectura y despacho de la señora de la casa.

Siempre me he fijado en la vestimenta de las mujeres pero con Frank, que llamaba a cada prenda por su nombre y que tenía un montón de denominaciones para un mismo tipo de zapatos, había aprendido de moda femenina. Dice mucho de ellas y de su modo de querer ser vistas. Creo que a veces es una forma de reafirmar o esconder algo de su personalidad.

Frank, por ejemplo, se vestía no solo para la ocasión, también dependiendo de su estado de ánimo. Era algo muy curioso verla cada mañana, comprobar la simbiosis y el diálogo que se establece entre una mujer, su cuerpo y su ropa. Echaba de menos eso desde que ella no estaba, ver como elegía la ropa y como se vestía, unas veces con seguridad, sin vacilar, otras probándose un montón de prendas diferentes, dudando, resoplando y maldiciendo. Eso me fascinaba. Me encantaba ver a Frank rebuscando desnuda entre sus ropas. Como siempre, nosotros somos mucho más simples y solo pretendemos estar cómodos, aunque queramos impresionar o vernos guapos, la comodidad es lo primero, nada más.

Patricia Van der Veen vestía como siempre, muy estilo Jackie Kennedy, falda a la rodilla y cardigan de cachemire o alguna lana similar con rebeca a juego y salones sin mucho tacón. Esas palabras las había aprendido de Frank, de oírselas a ella. Como únicas joyas, unos pendientes a juego con la gargantilla de perlas, que supuse serían legítimas.

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La casa tenía el mismo estilo que la de los Hamptoms, muy clásica y sin excesos, como su dueña, clara y luminosa, distinguida. Un lujoso inmueble de varias plantas con un jardín con piscina en la azotea.

El mayordomo dejó servido un té y se retiró cerrando las puertas del gabinete. Patricia me hizo pasar y me invitó asentarme. Sonaba una música de fondo, ´´The look of love´´, de Dusty Springfield.

La mirada del amor
Está en tus ojos
La mirada que tu corazón no puede ocultar
La mirada del amor
Es decir mucho más
Más que las palabras podrían decir
Y lo que mi corazón ha escuchado
Bueno, me deja sin aliento

Casi no puedo esperar para celebrar
Sentir mis brazos a tu alrededor
Cuánto tiempo he esperado
Esperando sólo para el amor
Ahora que te he encontrado
 

Tienes la mirada de amor

En la cara

Una mirada que el tiempo no puede borrar

Ser mío esta noche

 Que este sea sólo el comienzo

De tantas noches como esta

Vamos a tomar juramento de un amante

Y luego sellarlo con un beso

 

Casi no puedo esperar para celebrar

Sentir mis brazos a tu alrededor

Cuánto tiempo he esperado

Esperando sólo para el amor

Ahora que te he encontrado

No te vayas

No te vayas

Te quiero tanto

-          Mark, estoy consternada. Hablé con Frank hace muy poco y le he pedido explicaciones a Millicent. No puedo creer que le hayan hecho esa mala jugada. Es horrible – suspiró apenada dando un pequeño sorbo a su taza de té.

-          Ella no quiere nada, solo regresar a casa – dije impaciente por salir de allí, tomándome el té casi de una vez.

-          Lo sé, lo sé, Mark. Qué desgracia más grande para esta familia – dijo dando un respingo y otro pequeño sorbito.

Patricia Van der Veen parecía no tener ninguna prisa y hablaba despacio, con su habitual calma, dando vueltas a la cucharilla dentro de la taza de té, que sostenía en la mano con elegancia, con sus dedos de uñas arregladas con una sutil manicura francesa y su discreta alianza de casada.

Frente a donde estaba sentado pude contemplar las fotos de la familia Van der Veen, incluida alguna de Frank. 

-          Siento lo de la gira por Canadá – me apresuré a añadir a modo de disculpa -. Solo quise estar con Frank para ayudarla pero no debí…

-          Tranquilo, me hago cargo de tu preocupación por ella – me interrumpió posando la taza sobre la mesita de tomar el té, reposando su mano en mi brazo en lo que yo entendí una cercana señal de apoyo -.  A pesar de que me has hecho quedar mal con ese productor tan importante no te lo tendré en cuenta. Todo esto en realidad es por Frank. Ella es como mi hija, la hija que nunca tuve.

Percibí un sutil toque de colonia, no era una mujer de perfumes ostentosos. Asentí nervioso, quería ir al grano de una vez. No me había gustado nada el tono con el que Patricia Van der Veen me había aceptado la disculpa. No era por mí, me lo dejaba bien claro. Quería terminar con aquel trámite tan desagradable, pedirle el dinero de una vez, dejarlo todo zanjado, coger el maldito avión rumbo a Francia y reunirme con Frank. Me exasperaba estar allí sentado, me dolía la cabeza de pura impaciencia.

-          Señora Van der Veen… - comencé.

-          Sabes que puedes llamarme Patricia, Mark – dijo con una dulce sonrisa.

-          Patricia… - carraspeé nervioso -. En realidad quiero pedirle un préstamo para volar a Francia, para poder reunirme con Frank. Mis situación económica actual no es… no me permite hacerlo.

-          Y ella te necesita. Estoy de acuerdo.

En ese momento Patricia Van der Veen hizo algo que me sorprendió. Apoyó su mano en mi muslo. La miré a la cara, confuso pero ella no retiró su mano. Alarmado comprendí lo que pretendía. Había pasado por ese mismo momento un montón de veces, cuando la señora de la casa se me insinuaba o directamente pasaba a meterme mano. Pero verlo en la persona de Patricia Van der Veen me impactó.

La música, su pelo perfecto, la colonia, un leve maquillaje, las puertas del gabinete cerradas. ´´Apuesto a que se ha puesto ropa interior nueva para la ocasión´´, pensé sarcástico. En ese momento solo puede pensar con ironía que las personas nunca dejarían de sorprenderme.

Patricia Van der Veen, sin retirar su beatífica sonrisa del rostro se levantó y caminó hasta un escritorio de madera lacada dejándome sentado en el tresillo tapizado con terciopelo azul.

-          Resulta que… hace poco comí con mi buena amiga Isobel Harris – en ese momento se giró y se dirigió a mí -.  Creo que la conoces. Ella es tan guapa y tan estilosa… ¿verdad? Tenemos la misma edad.

Supe a dónde quería llegar con aquel comentario. Me tensé en el asiento y la miré.

Era una idiotez negarlo. Patricia lo sabía todo. Me mantuve en silencio mientras ella abría el cajón de un escritorio con una pequeña llave que guardaba en una cajita dorada. Del cajón sacó lo que me pareció una chequera. Acto seguido cogió una pluma y con ambas cosas en la mano se acercó hasta mí para sentarse de nuevo y dejar la chequera y la pluma de oro y marfil sobre la consola donde descansaba la bandeja con la tetera y las tazas de fina porcelana.

-          Sí – asentí sin inmutarme.

Una vez más iba a representar el papel de hombre seductor. Solo una vez más y por última vez, me dije. Por Frank.

-          Claro que la conoces. Y ella me habló de ti… muy bien – no me dejó objetar nada porque continuó hablando con su voz suave y calmada, sentándose de nuevo a mi lado -. He de decir que me quedé muy sorprendida de tus… andanzas por el Upper East Side.

´´No se anda por las ramas´´, pensé.

-          No son tales – me defendí irritado.

-          Ya sé que ya no eres así, que fue una etapa de tu vida y que ahora estás con Frank y que estáis muy enamorados.

-          Así es.

-          Y me alegro mucho de ello y de que hayas cambiado tus hábitos de vida, Mark – sonrió acariciando lentamente mi muslo -.  ¿Crees que soy hermosa aun Mark?

-          Sí, lo creo – dije.

-          No importa que no sea cierto, me gusta oírtelo decir – susurró subiendo la mano por mi muslo pero la detuvo de pronto -. ¿Sabes, Mark? Yo era muy hermosa de joven. Y aun tengo la piel tersa y conservo parte de mi figura. Aunque claro, no tengo el… estilo de Isobel ni soy tan sugestiva como ella.

-          Si he de serte sincero, Isobel es mucho menos elegante que tú, Patricia – dije empleando todas mis armas de seducción: la voz, la mirada, mi sonrisa. Iba  a ganarme ese cheque de la única manera que podía y sabía.

Era lo que se esperaba de mí para poder salir de allí con el dinero y supuse que tendría que hacerle el amor a Patricia y ese pensamiento me agobió porque ya no era la misma persona que antes, el mismo Mark Gallagher, el otro Mark se había ido para siempre, perdido en el pasado gracias a la mirada de Frank. Ella veía otro Mark distinto en mí, el bueno y recto. Quizás ambos convivían aun dentro de mi pero yo ya había elegido quien de los dos quería ser para ella.

Patricia sonrió con cierto aire irónico. No se lo creía, estaba claro que no.

-          Ojalá fuese tu Frank, ojalá tuviese su belleza y su juventud. No te imaginas como la envidio. Incluso creo que si tuviese 20 años menos... pero no los tengo. Entonces tal vez te creería – suspiró -. Si los tuviese sé exactamente lo que te pediría a cambio de ese cheque que tengo que firmar. ¿Quieres que lo firme, verdad Mark?

-          Sí – asentí tenso.

-          Pero es una lástima porque tampoco soy Isobel y no creo que sea capaz, aunque me encantaría sentir de nuevo unas manos jóvenes por mi cuerpo pero después me arrepentiría y no quiero hacerlo. No soy mujer de arrepentimientos. Así que… voy a pedirte solo una cosa, querido Mark.

-          ¿Qué Patricia?

-          Que vuelvas a llamarme Patricia así, con esa voz tan maravillosamente masculina y  fascinante y que me beses. Hace mucho que nadie me besa.

-          Lo haré si es lo que deseas, Patricia.

-          Pero tiene que ser un beso apasionado. Uno como el que le darías a Frank si pudieses. ¿lo intentarás?

-          Sí, lo intentaré.

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Supe como tenía que hacerlo y fui a por ello. La miré a los ojos y me olvide de todo para regresar a mi pasado y hacer del chico complaciente y seductor que regalaba su cuerpo a cambio de trabajo, ropa, restaurantes y hoteles caros.

La boca de Patricia era bonita, la miré a los ojos ya surcados de finas arrugas que había decidido no retocar y pensé que sí, que tuvo que ser una chica bonita, de rasgos dulces. Tenía los labios pintados sutilmente. Sus ojos azules de párpados pesados brillaron al mirarme. La tomé por el cuello suavemente y acerqué su rostro al mío para posar mis labios en los suyos.

En ningún momento toqué su cuerpo, solo su cuello. Yo cerré los ojos pero ella no. Estoy seguro de que Patricia Van der Veen me miró mientras duró nuestro beso. Su boca era suave y cálida y aunque al principio se mostró titubeante enseguida recordó y su tímido beso se volvió un beso insistente y hambriento. Fue un beso largo, intenso y tengo que reconocer que no me resulto desagradable. Su boca se regodeaba besando la mía con avidez. Al terminar de besarla la miré. Sus ojos estaban húmedos, al borde de las lágrimas y sus mejillas estaban teñidas de un bonito rubor sonrosado que la hacía parecer más joven y más bella. Su labio inferior temblaba débilmente.

Se atusó el pelo intentando recuperra la dignidad, mirándome una vez más y tomando la pluma y la chequera me firmó sin titubeos un cheque de varios ceros que arrancó inmediatamente y que me tendió con mano firme. Yo lo tomé sin leerlo, hubiese sido una grosería por mi parte hacerlo. Después Patricia volvió a dejar la chequera y la pluma sobre la consola y terminó su té.

-          Está frío ya – murmuró sin aparentar emoción alguna.

Después se levantó del sofá y yo la seguí, de camino hacia la salida, en silencio y caminando despacio nos encaminamos hacia la puerta del gabinete. Yo guardé el cheque en mi bolsillo y me dirigí a Patricia justo a llegar a las puertas correderas.

-          Perdona que te lo pregunte, no es educado por mi parte pero… ¿cuántos años tienes Patricia?

-          Cincuenta y seis – susurró mirándome.

-          Ahora mismo no parece que los tengas, lo digo en serio.

Patricia sonrió quitándose unos cuantos años más y bajó la cabeza avergonzada.

-          Ese piropo no era necesario, Mark.

-          Es la única vez que en una situación así estoy siendo sincero – dije 
con franqueza.

-          Gracias - dijo recuperando su habitual templanza.

-          Gracias a ti Patricia.

No le dije que se lo devolvería. Hubiese sido una mentira. Estaba claro tanto para ella como para mí que no iba a poder hacerlo. Me giré hacia la puerta. Patricia la abrió tirando de los pomos hacia los lados y llamó a mayordomo sin elevar mucho la voz.

-          ¿Alfredo, sería tan amable de acompañar al señor Gallagher hasta la salida?

El mayordomo llegó inmediatamente, asintió y me hizo un gesto para que le siguiese. Patricia me acompañó por el largo pasillo. Sus tacones resonaban sobre el suelo embaldosado con mármol.

Justo antes de que saliese se dirigió a mí.  

-          Mark…

-          ¿Sí?

-          ¿Me aceptas un consejo?

-          Por supuesto.

-          No volváis a Manhattan. Quedaros en Francia o en Queens pero no volváis por aquí. Seréis más felices si no lo hacéis. Hay gente que te recuerda y… os harían daño. Y yo no podría evitarlo aunque quisiera. La gente del Upper East Side no olvida, Mark.

-          Acepto el consejo – asentí.

-          Además… prefiero no volver a verte – dijo mirándome a los ojos. Asentí agradecido -. Y cuídala mucho.

-          Lo haré, lo prometo.

Patricia me sonrió y antes de que el mayordomo me abriese la puerta de la calle, ella se giró y regresó sobre sus pasos.

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Corrí a Queens cogí la maleta, dejé el piano de mi padre y todo lo poco que consideré de valor empacado para que ´´Pocket´´ lo guardase hasta mi regreso, me despedí de mi amigo, y en el JFK tomé el primer avión que pude hacia Francia, con escala en París y de allí a Niza, el aeropuerto más cercano a Grasse, el pueblo de la Costa Azul donde vivía Solange Mercier, la tía de Frank.