FanFIC no.108 'A ciegas. Rob'

Somos un Blog ROBsessed, donde solo deseamos seguir contando la versión de Irina en la historia Robsten como lo veníamos haciendo anteriormente. Este FanFic es parte medular de este Blog ROBERT PATTINSON EN ESPAÑOL, razón por la cual  suplicamos RESPETO al comentar los relatos. Si No os sentís preparados para leerlos No lo hagáis, eso no va a ofender a Irina. Pero rogamos evitéis críticas destructivas que si pueden molestar mucho y crear mal ambiente en el Blog.

Asi quedarán organizados los FICs en este blog:

LUNES:  FanFic Robsten de Irina
                     Fic la Fundación de VTeam 
MARTES:  Fic 'El fin del Mundo' de Xim
MIÉRCOLES:  FanFic Robsten de Irina 
JUEVES: Fic 'El fin del Mundo' de Xim
                   Fic la Fundación de VTeam  
VIERNES: Fic '50 Sueños de Verano' de Irina

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FanFIC no.108

"A CIEGAS. ROB"
Imágenes: Elena

Es un hecho comprobado que cuando un hombre se va vivir con una mujer se acomoda. Se vuelve un ser indolente que se apropia del mando a distancia y el sofá y que se tumba en él a la menor oportunidad para dedicarse a rascarse las pelotas y beber cerveza.

También es un hecho que la dulce chica que salía contigo y estaba siempre preciosa y disponible para el sexo, de repente, se vuelve huraña, te regaña a todas horas como tu madre y se hace de rogar. Ley de vida, supongo.

Regresamos a Baton Rouge y me parece que ambos añorábamos esos días pasados en Brasil. En una semana creo recordar que hicimos el amor como 20 veces, bueno 10 en realidad. Y en la que llevábamos en Baton Rouge… ninguna. Muchos besitos cariñosos, piquitos fugaces, caricias en la espalda y nada más. 

La vida es una gran paradoja porque mientras ahí fuera, y no quiero dármelas de sex simbol, miles de mujeres casadas, solteras o viudas de diferentes edades serían capaces de violarme a la menor oportunidad, 

en nuestra casita de Baton Rouge Kristen dormía como un tronco a mi lado sin inmutarse de mi desnudez.

- Las tías son así tío – dijo Kellan -. Se acostumbran a ti y pasan. 
Prefieren irse de compras, salir con sus amigas insoportables, leer o cualquier otra cosa que echar un polvo.

- No os quejéis que no tenéis hijos. Eso sí que acaba con el sexo – dijo Peter lacónico.

- Comunicación, es vital. Hay que charlar con ellas – dijo Jackson más positivo.

- Llega un momento que eso tampoco funciona – suspiró Peter.

- Te pones a hablar y todo son quejas y reproches – dije yo.

Jackson que acababa de empezar una nueva relación nos miró con aprensión.

- Tampoco es eso, creo yo – dijo sin mucha convicción, como para tranquilizarse a si mismo.

Allí estábamos los cuatro trasegando cervezas tristes y cariacontecidos cuando decidí regresar a casa, antes de estar demasiado beodo. 

- Me marcho, tíos. No sé qué pinto aquí.

- La última Rob – dijo Kellan.

- Que no se diga que nos abandonas, inglés – dijo Peter.

- No – negué con la cabeza -. Porque como llegue borracho como una cuba… eso sí que me asegura una noche fría y solitaria.

En eso llegó Jamie Campbell Bower y nada más sentarse, tres camareras muy muy complacientes y macizas se pusieron a revolotear a su alrededor.

- Rob, espera que yo también me largo – dijo Jackson.

Nos despedimos de los demás y de las bonitas camareras y salimos con las manos en los bolsillos, cabizbajos.

- Me habéis dejado hecho polvo, tíos. ¡Deprimís como nadie, joder! – se quejó Jackson.

- Sí, la verdad es que Peter anda algo jodido últimamente y nos lo pega.

- ¿Y ese, el Campbell? De tres en tres. Tiene fama de estar tirándose a medio Baton Rouge. ¿Cómo lo hace?

- Se lo cree, nada más. Confianza en sí mismo, supongo – dije encogiéndome de hombros.

- Pues tú porque no quieres. Cómo te miraban esas tres. Esas sí que tienen los colmillos largos y no los vampiros.

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- No, ni hablar – negué con una sonrisa -. Yo soy hombre de una sola mujer y me está esperando en casa.

- Vale tío, te entiendo – dijo Jackson sonriendo.

Nos separamos cada uno en dirección a su residencia en Baton Rouge.


Kristen ya estaba en la cama y parecía dormida. 


Me desnudé, me metí en la cama acercándome a ella adrede, rozándola y ella gruñó un poquito, se acercó a mí, me abrazó, suspiró y… y se volvió a quedar profundamente dormida.

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Por las mañanas teníamos que estar en el set a eso de las 6, para maquillarnos, peluquería, vestuario así que no teníamos tiempo de hacerlo. Se habían terminado los maravillosos polvos mañaneros. Y me di cuenta de que cuanto más tiempo pasase sería peor.

La siguiente noche decidí tomar la iniciativa de una vez. Me sentía extraño, casi siempre había sido como algo mutuo, ambos, a la vez, nos acercábamos el uno al otro y ocurría, sin forzarlo. Nunca había tenido una relación tan larga, ni una convivencia tan estrecha con nadie. Ninguno de los dos la habíamos tenido así que íbamos a ciegas. Empezaba a comprender lo que decía mi padre cuando hablaba de que ahora venía lo difícil.

Nos metimos a la cama y Kristen apagó la luz. Fue cuando aproveché para pegarme a ella. Comencé por acariciar su cuello pero ella no se giró. Continué con mis caricias por su espalda.

- Gracias Rob, es tan relajante… Así me dormiré antes, me estaba costando un poco – dijo bostezando.

Yo puse los ojos en blanco y resoplé exasperado dejando de acariciarla al momento.

- ¿Te pasa algo? – dijo girándose de pronto y dando la luz.

- Pensé que estabas dormida y ahora que lo preguntas… - dije molesto.

- No del todo. ¿Qué pasa? – preguntó extrañada.

- ¿Para ti todo está bien?

- No te entiendo, Rob – suspiró-. Ve al grano.

- Lo que estoy tratando de decirte es que… que llevamos una semana en Baton Rouge y todavía no lo hemos hecho – dije sintiéndome algo avergonzado pero aliviado de haberlo dicho al fin.

- Y estás preocupado – sonrió apoyándose sobre mi pecho.

- No te burles. 

- No me burlo y no es una semana, son 5 días, Rob.

- Para mi es una eternidad – susurré en su pelo. Ella rió bajito -. ¿A ti… no…. no te apetece?

- Sí, mucho – dijo mordiéndose el labio inferior -. Pero pensé que estabas cansado y que al que no le apetecía era a ti.

- A mí siempre me apetece, amor – dije atrayéndola a mi cuerpo.

- Pues pídemelo – susurró con ternura.

- Y tú a mí – dije besándola con fuerza, ansioso por tenerla -. Dímelo.

- Quiero… que me hagas… el amor – susurró sensual - ¿Así?

- Uhmmmm, perfecto – susurré sonriendo notando como la tensión y la rigidez desaparecía de mi cuerpo, si exceptuamos una parte de él que sí se iba poniendo cada vez más rígida.

- Sí, es lo mejor del mundo - sonrió con lujuria.

- Mmmm… podría pasarme la vida besándote, preciosa – susurré anhelante.

Enredé mi lengua con la suya, acariciando su cuerpo al mismo tiempo, disfrutando de su piel, su calor, su lengua en mi boca, su aliento, como si fuese un inmenso alivio volver a sentir ese ardor tan familiar que ella provoca en mi cuerpo y en mi alma.

Mis manos recorrían despacio la curva de sus nalgas, su cintura, sus muslos. Cada vez la sentía más y más excitada, encendida por el roce de su cuerpo con el mío. La besé de forma apasionada y casi desesperada, inspirando con fuerza pero no quise precipitarme, quería disfrutar del momento.

Sus labios aprisionaron los míos en un beso arrollador de pura y absoluta necesidad y fui dolorosamente consciente de que ella hacía nacer en mí todos los mecanismos del placer. 

- Te deseo. No sabes cuánto, nena... – susurré rozando su oído con mis labios, mordisqueándole un poco el lóbulo de la oreja, logrando que Kristen gimiese dulcemente.

- ¡Oh, Dios… Rob…!

Mis palabras estaban llenas de necesidad y sonaban roncas e intensas. No sé si le excita más que la acaricie o que le hable. Le encanta mi voz, eso lo sé. Mi corazón palpitaba con toda su potencia podía oírlo en mis oídos, retumbando.

La tomé entré mis brazos y la aupé sobre mi cuerpo sin esfuerzo. Metí los dedos en sus bragas y tiré de ellas para deslizarlas por sus muslos y quitárselas con urgencia. Separé sus labios vaginales para acariciarla y sentir como se humedecía rápidamente para mí. Mi respiración se volvió pesada a la vez que iba apreciando en las yemas de mis dedos su tierna y mojada carne, estimulándola y me excité al máximo contemplando como se dejaba llevar por el placer, como comenzaba a jadear inquieta y lujuriosa. 

Notaba sus pezones endurecidos sobre mi pecho y sus movimientos intentando frotar su intimidad contra mis dedos. Deslicé una mano hacia sus pequeños pechos perfectos y los acaricié rozando sus pezones a la vez que frotaba su clítoris. Cerró los ojos y un profundo y lento suspiro escapó de sus labios. Y no pude más. La tomé por la cintura haciendo que gimiese por la sorpresa de verse privada de mis caricias y me coloque rápidamente sobre ella, apoyando mis antebrazos a cada lado de sus mejillas que ya estaban sonrosadas, preciosas.

Abrió bien las piernas facilitando que colocara mi dura erección en su entrada y sin dudar la penetré con un certero impulso de todo mi cuerpo. Un intenso gemido de plenitud escapo de mi garganta sin querer.

- ¡Sí, dentro, mi amor…! – jadeó temblorosa.

Al oírla me hundí más profundamente haciendo que mi miembro palpitase con fuerza en sus entrañas. Al notarlo vibrar emitió un quejido de puro gusto, tan perfecto que hizo volverme completamente loco de placer.

Mis manos, nuestra cama, su cuerpo, sus ojos… recrearme en hacerla el amor y gozar de esa exquisita sensación de entrega y abandono, de todo mi cuerpo aprisionando el suyo. Empujaba mis caderas contra su sexo y ella me recibía gozando de mí y yo me estremecía deleitándome solo con verla.

Lenguas, saliva, jadeos, vientre contra vientre, sexo contra sexo y el deseo consumiéndonos a ambos, voraz y primitivo, en oleadas cada vez más prolongadas.

Me empleé como nunca, a fondo, estimulándola suavemente primero, parando solo por el placer de oírla pedirme que la llenara de nuevo, cambiando el ritmo de pronto, con embestidas rápidas, con toda mi potencia, para volver a hacérselo suave y dejarla respirar.

No quería que ese placer tan intenso acabara. Quise retardar al máximo mi orgasmo pero su excitación me arrastraba sin remedio. Su interior comenzó a temblar y a acogerme cerrándose en torno a mí y supe que estábamos los dos muy cerca del éxtasis.

Apreté los dientes para acometer mis últimas embestidas y entre gemidos y gruñidos enloquecidos, casi perdiendo la conciencia de mí mismo, me derramé vigoroso sintiendo como su sexo palpitaba violentamente.

Gemí y gemí hasta que no me quedó aire en los pulmones y me dejé caer sobre su sudoroso y tembloroso cuerpo.

Me giré en la cama saliendo lenta y suavemente de ella, feliz y agotado por uno de los orgasmos más potentes de toda mi vida y me pareció escuchar un leve quejido o lamento escapando de sus labios. La observé maravillado como regresaba de aquel éxtasis  viendo como se le humedecían los ojos a la vez que sonreía, llamándola amor un montón de veces, susurrándole al oído y tomándola entre mis brazos para acunarla con ternura, admirado de su entrega absoluta.

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- Me preocupaba que ya no te apeteciese.

- Me apetece pero háblame. Yo necesito… no sé cómo decirlo… comunicarme para… tener ganas.

- Ya, la famosa comunicación. 

- A ti no debería costarte. Siempre hablas mucho más que yo en las entrevistas, con facilidad.

- No sabía cómo decírtelo. Me sentía muy raro – sonreí de nuevo avergonzado.

- Solo basta con hablar.

- ¡Soy inglés! No expreso mis sentimientos como quien estornuda. No nacemos con esa capacidad para… para comunicar nuestra intimidad. Tal vez cuando lleve unos años aquí se me pegue algo y consiga sincerarme hasta con los desconocidos que pasan por la calle.

- Ya, pero puedes intentarlo. Y aquí no hacemos eso.

- Sí lo hacéis. Lloráis hasta por el avance del telediario – bromeé.

- Bueno, a veces es para llorar – sonrió. 

- ¿Sabías que lo psiquiatras esos que te hacen hablar en el diván no tienen éxito en Inglaterra?

- Venga. Inténtalo, Rob. Dime lo que sientes.

- Esto parece un programa de esos tan vergonzantes, de entrevistas para hacer llorar al invitado – suspiré -. Está bien ahí voy: la lejanía y el echarte de menos estando tan cerca es… es peor que cuando estamos separados por un rodaje. Mucho peor. No me gusta esa sensación, me siento muy incómodo.

- No sabía que te sentías así. Yo también me he sentido rara estos últimos días. Pensaba…

- ¿Qué?

- Que ya no te gustaba tanto como al principio.

- Me gustas más, amor – susurré de nuevo loco de ganas.

Y volví a besarla y meterme entre sus muslos suaves, firmes y cálidos y ahora húmedos por mi culpa. Con la misma sensación que se tiene cuando se regresa a casa después de un tiempo, aun lugar muy querido y añorado.

...CONTINUARA...