FanFIC no.161. 'Almas gemelas. Kristen'.

NOTA: EL FIC ROBSTEN DE IRINA SE PUBLICA LOS LUNES Y JUEVES

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                                                                                                    FanFICno.161

"ALMAS GEMELAS.

KRISTEN."

Caricias, gemidos, intensos temblores, besos apasionados, lenguas lujuriosas, cuerpos enredados y sexo, mucho sexo. Aquella noche fue solo para nosotros, para amarnos sin tregua, sin descanso, como queriendo recuperar aquellos cinco años que se nos habían quedado perdidos en alguna parte.

Esa noche Rob me hizo sentirme amada como nunca jamás imaginé que me sentiría. Apenas dormí, tan solo dormité a ratos, entre sus brazos protectores, escuchando su respiración, sintiendo su calor, tranquila, relajada, feliz. Estaba física y mentalmente exhausta pero tremendamente dichosa. Había vuelto, era como volver a casa.

Tuve la sensación que se tiene al regresar al hogar cansada de un largo viaje, esa tranquilidad al saberte a salvo, segura y confiada, en tu lugar en el mundo, dejando atrás el dolor. Al tenerle de nuevo a Rob dentro de mí me sentí colmada, satisfecha, completa. Estaba en casa, él era mi hogar, mi refugio y mi alivio.

Rob dormía por fin y yo, observándole extasiada, sonreí.  Era consciente de que acaba de tener la experiencia más intensa de mi vida. Era como si nuestras almas hubiesen conectado con nuestros cuerpos y me di cuenta de que, aunque alejados, habíamos estado unidos en la distancia. Nuestros cuerpos así nos lo demostraron aquella noche. Se habían echado de menos tanto que ahora no querían estar separados ni un solo instante.

Esas sensaciones tan abrumadoras que Rob me hizo sentir con su cuerpo, sus caricias, su voz, con todo su ser, con su salvaje manera de tocarme y besarme, me tenían en un estado muy parecido a la embriaguez.

Y hubo un momento de aquella noche en que mi alma, colmada de amor y placer no pudo más y me encontré, de pronto, llorando gruesas y abundantes lágrimas de puro éxtasis y alivio.

Estaba exhausta y temblorosa, sofocada, apoyada sobre el pecho de Rob, escuchando su corazón que palpitaba con fuerza tras otro agotador orgasmo, notando como su respiración se iba ralentizando lentamente. De pronto suspiré con fuerza sintiendo como si mi pecho no pudiese contener más ese inmenso e increíble amor e inmediatamente Rob posó sus labios sobre mi pelo y me abrazó con fuerza contra su pecho, posesivo y tierno.

Sentía que era tan necesaria para él que no pude evitarlo y sin querer me vi llorando en silencio, mojando su pecho con mis lágrimas. Rob se dio cuenta y se giró hacia mí rápidamente, bajando su rostro hacia el mío, mirándome preocupado.

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Tomó mi rostro con cuidado entre sus manos, como si fuese algo sumamente delicado y ansioso besó mi frente, mis labios, mis ojos, haciéndome sonreír.

-          ¿Estás bien, amor? – preguntó angustiado.

Asentí con la cabeza mirándole a los ojos embelesada ante su dulce cara de preocupación y sollocé sonriendo de pura felicidad.

-          Me estás asustando un poco – susurró besando mi frente y limpiando mis lágrimas con suma ternura.

Respiré hondo, le besé con todo el amor que sentía y por fin pude hablar.

-          ¿Nunca has llorado de felicidad?

-          No, nunca – sonrió con dulzura acariciándome y apretándome un poco más entre sus brazos -. Me reservo para un momento realmente especial.

Le miré extrañada, preguntándome a que se refería.

-          Dos o tres momentos, en realidad. Pequeños momentos. Algún día – susurró esto último mirándome con una intensidad increíble.

Vi sus ojos comprendiendo al fin y suspiré emocionada para que mis lágrimas no volviesen a escaparse pero fue en vano.

-          Quiero ser yo, no quiero que sea ninguna otra, Rob – le imploré acariciando su pecho escondiendo mi cara en él para que no me viese llorar.

-          Y lo serás. Cuando tú quieras, amor. No llores, no llores – dijo tomando mi rostro para que lo levantara y le mirara.

Recordaba el dolor que había sentido torturándome al pensar en que otra mujer tendría a sus hijos y alejé para siempre ese pensamiento que me hería más que ningún otro.

-          ¿Dos o tres? – sonreí mordiéndome el labio y limpiándome las lágrimas.

-          O seis o siete – susurró besando mis mejillas mojadas.

Le miré asustada pero no por el número que acababa de insinuar. Acababa de darme cuenta de  algo y quizás ya era tarde.

-          No estoy… tomando nada ni utilizo ningún tipo de método… anticonceptivo – balbuceé.

-          ¿Y te preocupa? – dijo mirándome a los ojos con ternura.

-          No, en realidad no – susurré sonriendo con absoluta sinceridad.

Rob se echó a reír haciéndome reír a mí también. No me preocupaba, era cierto. Si me quedaba embarazada, si ocurría estaría bien. Me sentía preparada, mejor que nunca. Por fin, a mis casi 28 años, me conocía mucho mejor a mí misma. Aunque a esas alturas me había dado cuenta de que la vida trata de eso, de irnos conociendo a nosotros mismos y sobre todo de aceptarnos, de saber convivir con nuestras imperfecciones. Es más, me di cuenta en ese instante, como si acabase de tener una revelación mística, que quería que ocurriese. ´´Las cosas pasan por alguna razón. Tal vez ya ha llegado el momento, puede que sí y sé que es con él.´´, pensé reconociéndolo entusiasmada.

Enredé mis dedos en el pelo de Rob, deslizándolos hasta su nuca, acariciándole como a él le gustaba mientras le atraía hacia mi boca. Rob sonrió y gruñó mordiendo mi labio, tocando mi cuerpo de un modo apremiante y me besó de una forma tan intensa que pronto me encontré mareada de gusto entre sus brazos. ´´Te deseo tanto, nena… ´´, susurró jadeante, apretándome con urgencia contra su cuerpo, suspirando en mi boca, haciendo que mis entrañas se tensasen necesitadas de alivio otra vez. Solo sentirle duro dentro de mí podía hacer que ese alivio llegase.

Los dos nos besamos con pasión, una pasión que volvió a dar paso a caricias, jadeos y piel y carne temblorosa.

Me sentía arder bajo su tacto y notaba su deseo tan fuerte que me estremecía con solo pensarlo. De pronto, Rob me penetró con los dedos, sin avisar. Suspiré sorprendida y supe, por la forma en que me tocaba, que esta vez no sería suave. Ese pensamiento me hizo gruñir de puras ganas.

-          ¡Cómo me gusta…! Me lo haces tan bien… - suspiré sin poder aguantarme, con la voz entrecortada por el placer al sentir como sus dedos presionaban mi clítoris mientras me penetraba con los de la otra mano.

-          Me encanta hacértelo, amor… - gimió con su rostro tenso de genuino deseo.

Era tan excitante verle así, disfrutándome... Me deleité en esa imagen tan erótica de Rob con su cuerpo sobre el mío, poderoso. Sentir su peso cubriéndome era delicioso. Me penetró enseguida, con ímpetu y yo simplemente le recibí sin ningún freno, abandonándome a su fuerza, fascinada.

 

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Su lengua lamía mi piel, surcaba mis pechos, agitaba rápida mis pezones sensibilizados por el dulce pero contundente trato que habían recibido. El deseo crecía inexorable y urgente en mi interior.

Sus penetraciones eran intensas y muy profundas y pronto me hicieron vibrar de gusto. Rob intensificó el ritmo al sentirme palpitar. Me conocía perfectamente, conocía mi deseo, ahora estaba segura.

Mi cuerpo era incontrolable ya y se había abandonado al salvaje placer que él me proporcionaba. Mis gemidos marcaban el ritmo de sus embestidas y del movimiento de mis caderas buscándole, saliendo al encuentro de su maravillosa manera de amarme  Sus jadeos casi gruñidos y su rostro contraído por el placer, en el que se le marcaba la vena de la frente, me anunciaban su orgasmo inminente.

Apretó los dientes marcando más aun su poderosa mandíbula y tomo aire antes de decir mi nombre y penetrarme con toda su fuerza. Cerré los ojos, ya no pude resistir más y al sentirle llenándome de nuevo me dejé ir entre gemidos que casi eran sollozos desesperados de intenso goce. Acto seguido Rob se derramó dentro de mis entrañas gruñendo salvaje en mi oído mientras mi cuerpo se abandonaba del todo, temblando con fuertes espasmos de placer.

Abrí los ojos susurrando su nombre, aun con la piel erizada y trémula, las piernas temblorosas, notando ya un delicioso dolor en las ingles, sintiendo aquella bruma de éxtasis recorriéndome entera y le vi, mirándome ardiente, con una divina sonrisa en su sofocado y hermoso rostro y le sonreí encantada.

-          No existe… nada mejor en el mundo que esto… nena – suspiró antes de besarme lentamente con ternura.

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Esa noche nos prometimos todo y más. Nos dijimos ´´ te quiero´´ un millón de veces. Lo que Rob me hizo sentir con su cuerpo, su voz, con todo su ser, con su forma de besarme y acariciarme fue como un regalo. Me sentía amada como nunca jamás imaginé que volvería a sentirme. Le pertenecía por completo y él a mí. Y eso me hacía fuerte. Era fuerte junto a él.

-          Somos perfectos juntos. – Murmuré convencida de mis palabras, recostada sobre su pecho, enredando mis dedos en el vello de su vientre, satisfecha y agotada.

Rob me miró con una ternura infinita y besando mi frente asintió.

-          Tú eres perfecta, perfecta para mí, preciosa.

-          No, no lo soy – negué con obstinación.

-          No importa, amor. Yo tampoco lo soy. Pero me da igual. Te quiero como eres, real, loca, increíble…

-          ¡Oh, Rob…! – gemí aferrándome a su cuerpo.

-          Eres… preciosa, amor – susurró.

Y solo esas tres palabras me hicieron sentir el cielo. Me sentía tan enormemente feliz…, tan bien, tan agradecida, tan correspondida y aliviada…

Le besé apasionadamente para que dejase de hablar porque la noche tocaba a su fin. El amanecer se intuía en el horizonte y sabía que una nueva separación estaba cerca. No quise ponerme a llorar de nuevo aunque ya sentía el nudo en la garganta, ese que no deja tragar y que se convierte en lágrimas enseguida. Quería apurar al máximo nuestro amor, el placer que nos dábamos mutuamente. No quería desperdiciar ni un solo segundo de mi vida llorando pudiendo gozar de él. 
 

Y ese fue el beso más apasionado que creo que le he dado en mi vida, un intento desesperado para ver si con él conseguía retener a Rob a mi lado. El me correspondió no solo con su boca si no con todo su cuerpo, hasta que nos quedamos sin resuello otra vez.

Acaricié su rostro con ternura sintiendo el roce de su barba incipiente con las yemas de mis dedos.

-          Sigues siendo… asombrosa, amor, no has cambiado – susurró Rob sonriendo.

-          ¿No he cambiado? Yo si siento que he cambiado.

-          Me encanta tu forma de ser. Esa manera de… de saltar al vacío, de entregarte...

-          Ya no soy tan alocada ¿sabes? Eso era peligroso y terrorífico – dije con tristeza.

-          Pero eras tan real, tan increíble, dulce, vulnerable y generosa, tan…  -   y dejó de hablar.

En ese momento Rob comenzó a besarme como un demente, sin parar, en la boca, las mejillas, los ojos, las sienes, mirándome a los ojos, casi sin dejarme respirar.

-          No puedes imaginarte... – suspiró apasionado y sin terminar la frase me abrazó con fuerza.

Aquella extraordinaria e inesperada noche tocaba a su fin. Hasta mi cuerpo se daba cuenta de que el sol asomaba ya y de pronto sentí temor, un miedo irracional, miedo de perderle, miedo a volver a estar sin él de nuevo.

-          No me sueltes – susurré anhelante sobre sus labios.

-          No voy a hacerlo, amor.

-          Quiero que me abraces – supliqué sintiendo como los primeros rayos de sol comenzaban a iluminar un nuevo día.

-          Te amo – susurró sobre mi pelo.

Suspiré de nuevo, con el pecho dolorido de tanto sentir lo que acababa de decirme, de quererle tanto y me abracé a él  aspirando su aroma, besándole con ansia.

-          ¡No quiero salir de aquí Rob, quedémonos! ¡En esta habitación, sin vestirnos, ni comer, ni dormir, solo amándonos! – imploré.

Se rió al escucharme y me besó con pasión.

-          No podemos, preciosa.

-          Ya, tú debes coger un avión y yo debo hacer entrevistas y una sesión de fotos – dije con la sensación de que se me partía el alma.

Rob debía irse y no cabía otra opción. Ante todo estaba su padre. No podía pedirle nada, no tenía derecho, tal vez tan solo desear que quisiera esperarme una vez más y confiar en que finalmente aquel fuese nuestro tiempo, el adecuado.

-          ¿Cuándo sale tu avión? – pregunté angustiada, sin querer conformarme.

-          Esta tarde, pasadas las 6. Siempre viajo en jet privado desde aeropuertos pequeños,  así casi nunca me pillan los paparazzis. Vuelo a JFK y desde allí en un vuelo nocturno hasta Heathrow.

-          No madrugan esas sanguijuelas, es lo mejor – asentí.

Inspiré con fuerza y bufé ansiosa.

-          ¿Qué? ¿Qué te ocurre? – susurró acariciando mi espalda.

-          Nada – suspiré apenada -. Que siempre nos pasa lo mismo, que una vez más nos toca separarnos y… yo no…

-          No. Esta vez no tiene por qué ser así, amor – me interrumpió.

-          ¿No? – pregunté anhelante.

Le miré a los ojos y me perdí en ellos. Estaba intentando decirme algo, lo sabía, conocía esa mirada en Rob. Mis ojos le escrutaron ansiosos y vehementes. Entonces lo soltó.

-          Ven a Londres conmigo.